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lunes otra vez, nooooooooooooooo

muy buenas, acabo de leer una cosa en la hoax, k como me ha gustado tanto os la voy a pegar,, el autor no es otro k el siempre brillante y genial , maestro de la pluma, X-wngx, alla va....:

Vil Filosofía Oriental

Por circunstancias laborales, estoy desplazado
temporalmente lejos de mi oficina habitual, no os puedo
leer con la frecuencia deseable ya que mi acceso a
Internet se ha visto restringido notáblemente.

El resultado de ello es que me aburro más que un sordomudo
en un concierto de Rocío Dúrcal. Para remediar esta
situación he decidido escribiros off-line y así mi perdida
de tiempo será un poco más compartida y llevadera. De este
modo escribiré alguna gilipollez inconexa y aprovecharé
cualquier descuido del responsable del marrón en el que me
hallo inmerso para enviarosla.

Debido a que en este espinoso, climatológicamente
hablando, fin de semana he visto en el cine la tarantínica
Kill Bill (o Bill Kill o como coño se llame) y aún me
emociono al recordar sus desquiciadas carnicerías voy a
dedicar mi gilipollez inconexa a la vil filosofía oriental
subyacente a la interpretación personal que fluyó en mi
mente tras las multiples y sangrientas salpicaduras
visionadas en la pantalla.

Vil Filosofía Oriental Vol 1 (Aprenda a ser un Yakuza en
20 lecciones):

Dijo el maestro Sayoraka, instantes antes de morir, que el
bonsai no es un arbol pequeño, sino pequeñas son las manos
que convierten las semillas del arbol en un bonsai. Como
todos habéis supuesto, el maestro Sayoraka murió como
consecuencia de expresar tan sublime gilipollez delante
otro japonés de escasa sabiduría y paciencia.

El maestro Sayoraka poseía, sin duda, muchas más
provisiones de sabiduría y paciencia que aquel que le dio
muerte. No hubiera podido ser campeón de mus de su aldea
natal, Anjiroshi del Caudillo, diez años seguidos sin esas
dos virtudes.

Su vida estuvo dedicada por entero a cultivar ambas
virtudes, "legado de mis antepasados" decía él, y a
cultivar el arroz del que destilaba el mejor sake de la
comarca, legado de sus antepasados también.

Y entre sake y sake, Sayoraka tejía su pensamiento que
enraizaba en todos aquellos que escuchaban los procelosos
ecos de sus resacas. Pronto creó un buen rebaño de
discípulos entusiastas de su discurso y, por que no
decirlo, de su sake.

Un día lluvioso, uno de sus discípulos, el más joven de
ellos preguntó a Sayoraka lo siguiente: "Maestro, ¿Es
cierto que la lluvia es el orín de los dioses?". Sayoraka,
con gesto bondadoso, invitó a su discípulo a acercarse y
cuando este así lo hizo le pidió que se reclinase sobre
sus rodillas.

Una vez dispuesto el discípulo de rodillas frente a su
maestro este asomó su verga y orinó su faz al mismo tiempo
que dulcemente le decía: "El orín de los dioses son las
preguntas estúpidas".

En otra ocasión encontraron al maestro Sayoraka tumbado en
medio de su arrozal con signos evidentes de haber ingerido
una buena cantidad de sake. Sus discípulos intentaron
reincorporale a la verticalidad pero cesaron cuando
Sayoraka les hizo un gesto para evitar dicha maniobra.

Uno de los discípulos, extrañado por su comportamiento le
preguntó: "Maestro, ¿Por qué no nos deja ayudarle? ¿Por
qué desea permanecer tendido sobre la ingrata humedad del
arrozal?". Sayoraka entreabrío sus ojos y le contestó:
"Dejadme tranquilo, estoy escuchando los versos que el
viento silba entre los juncos".

Asombrados por la respuesta, pronto surgieron nuevas
preguntas: "Pero maestro, ¿Cómo puede el viento susurrarle
versos? ¿Acaso encierra el aire algún secreto lenguaje que
sólo su sabiduría puede descifrar?".

Sayoraka, con voz grave y destemplada por el sake exclamó:
"Los versos, la poesía no son sólo palabras ni son
necesarias estas para su existencia. Las palabras son más
bien su desleída sombra, cenizas de la llama que dio
cuerpo a su belleza. ¿Acaso no derrama versos cada mirada
de una mujer?, ¿Acaso no derrama versos la espuma olvidada
por las olas?, ¿Y el majestuso vuelo de un águila?"

El más avezado de sus discípulos, excitado por la bella
respuesta, quiso ratificar las palabras de Sayoraka: "Oh
maestro!!!, cuanta verdad mana de su saber!!! Es cierto!!!
Los destellos de cada amanecer, la luz límpia y dulce de
la luna, el tibio rezongo de los arrochuelos… todo es
poesía!!! los tímidos centelleos de las estrellas, el
plácido candor del regazo de una madre, la inocente
sonrisa de los niños… todo es poesía!!! el verde frescor
de la hierba, el lento caminar del anciano, el llanto
ahogado de las despedidas… todo es poesía!!! las sombras
descalzas del atardecer, la furia desatada por el huracán,
el horizonte y su letanía… todo es poesía!!! la silueta
de…"

"Basta!!!" Interrumpió Sayoraka, y como pudo se incorporó.
Tambaleándose se acercó al discípulo y con la mirada ébria
le escrutó. Se fraguó una tensión que pronto fue
incrementada por el propio Sayoraka que arrojó sobre el
discípulo una terrible arcada seguida de un alud de
vómito.

Los discípulos enmudeciron aun más contemplando la
esperpéntica escena del discípulo cubierto de vómito
mientras su maestro apenas podía contener el equilibrio.
Sayoraka, tras limpiarse la boca con una manga, alzó
levemente su brazo derecho señalando la ropas vomitadas de
su discípulo y exclamó: "No todo es poesía".

"¡Qué cabrón el Sayoraka!" Pensaréis. No. La enseñanza
conlleva un sacrificio que es el precio del conocimiento,
y en algunos casos el propio conocimiento es el sacrificio
que hay que llevar a cuestas. El saber es una carga casi
tan pesada como la ignorancia.

Como dijo una vez Sayoraka: "El fruto que antes encuentra
su plenitud es el que antes se pudre"

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